CORPUS MEDITERRANEUM MARE

FOTO: FRANCIS PÉREZ www.uwatercolors.com TEXTO: MARIO M. RELAÑO http://hisaetuvalu.wix.com/mariomrelano

Con lo que pesa la conciencia y con lo grande que debe de ser el mundo, nos empecinamos los humanos, una y otra vez, en hacernos terriblemente infelices los unos a los otros, cuando de lo que se trataría es de vivir para ser feliz y no vivir para esperar morir.
Los días deben de ser muy largos y penosos para todos aquellos obligados a llorar en silencio y mojar sus mejillas más de lo estipulado. Pero aún más dilatadas han de ser sus noches, cuando el pensamiento rechaza desconectar de su realidad y las manecillas del reloj del tiempo se empeñan en retrasar el alba. Cualquiera de ellos se levantará cientos de veces hasta el hartazgo, para percibir el horizonte borrado por el cielo.
Y es que el mar ahogó a muchos de los suyos por la extrema crueldad de quien se creyó dueño de los destinos. Y estos canallas dedicados a robar almas crearon los cementerios de niños, cementerios mojados y salados, de adultos y mochilas pero mojados, cementerios de enseres, cementerios de gritos callados y sin lugar a lágrimas. En definitiva, cementerios de mar. Y el cacique titular de destinos, provocaba grandes mareas con la subida de las aguas, al tapizar de cuerpos los suelos de lo que antaño era un fondo de hábitats de interés ecológico

marino al que hoy, al contrario, llaman el Corpus Mediterraneum Mare.

Recordaré ahora la vergüenza en lugar de recordar aquella pobreza y aquel miedo del inicio. Cuando llegaron con sus bolsas y sus pies mojados manchados de barro que olían a un no sé qué, con sus ojos negros suplicando, nosotros mirábamos cómo de azul estaba el mar. Y cuando hoy las comunidades europeas tratan con las turcas el cierre de ese Corpus Mediterraneum Mare, nos echamos las manos a la cabeza.
Y ahora la vergüenza de ese cierre, una vez que han conseguido tapizarnos de cuerpos el mar, me hace preguntarme continuamente qué pasaría si la UE diera el dinero a los refugiados en lugar de a Turquía, para dejar de seguir escuchando que nuestro mar es cementerio de huidos de la guerra.
Aunque esta vergüenza nunca impedirá que la playa se reabra en verano cuando deje de sonar el drama de los refugiados, entre otras cosas, porque el invierno habrá terminado de matar a los que sobrevivieron. Nuestros cuerpos quedarán bronceados y las alarmas de la crisis humanitaria dejarán de sonar, porque al fin y al cabo, que cada uno llore sus propias penas.