HISTORIA DE UN DELFÍN

¡Qué bien sabes voltear en el mar! − le envidiaba uno de aquellos cientos de peces que nadaba a su altura y que también tenía al mar como lecho y espacio de vida.
Era cierto que Paul saltaba como nadie y que daba vueltas y vueltas cuando nadaba, mientras que las caballas que le rodeaban chocaban estúpidamente unas contra otras dejando el rastro de sus babas.
Él estaba acostumbrado a surcar el mar y dormir entre la brisa del océano y los lamentos de los corales que, incapaces de moverse, lagrimeaban constantemente.
Cada mañana, cuando despertaba, le venía el recuerdo del día anterior, lo acabado y lo inacabado, lo recuperable o lo vano, aquello que realmente merecía un recuerdo. Y él nadaba hacia el prado que formaban las diferentes aguas en busca de las nuevas aventuras que aquella jornada le pudiera proporcionar.
Uno de aquellos días en que Paul estaba nadando y saltando entre el océano y el cielo, entre el aire y el agua, vio su rostro reflejado en el mar. La imagen que veía reflejada no era la que él suponía que debía de tener. Una y otra vez saltaba dentro y fuera del agua para comprobar si el mar se equivocaba, pero una y otra vez, el espejo del agua le mostraba la más extraña de las realidades.
Paul, acongojado por el descubrimiento que acababa de realizar, se sumergió triste en las aguas profundas hasta que su panza tocó el fondo, y cabizbajo entre algas, permaneció oculto días enteros junto con sus noches lastimeras de corales, escondiendo los dientes dentro de su boca y llorando lágrimas secas.

Días después, las cientos de caballas con las que Paul solía encontrarse asiduamente bajaron en bandada hasta el fondo y una de ellas, al verlo escondido, quiso interesarse por el motivo de su tristeza.

− ¿Por qué nunca me dijiste que era humano? − le dijo a la caballa, después de contarle lo que había visto.

− No es por tu cara, si no por el resto de tu cuerpo y alma por lo que te vemos como delfín, Paul. Tu cara posee los rasgos del hombre que un día enamoró a tu madre, tras su desgraciado naufragio. Creo que malinterpretas lo que viste reflejado en el agua. No olvides nunca que el espejo del agua agranda o empequeñece las cosas dependiendo de la posición del sol y cómo de oculta se tenga el alma.
Los corales llorones se retiraron y Paul asomó su hocico humano. La estela que dejó al subir nuevamente hacia la superficie era de espuma y de aprobación