Prácticas artísticas contra la desmemoria: la violación como arma de guerra
El uso de la violencia sexual en las guerras no es un fenómeno de reciente aparición, propio de las guerras contemporáneas. La violencia contra las mujeres en los conflictos armados ha sido una práctica habitual a lo largo de la historia, formando parte de una estrategia militar y una táctica de guerra planificada que busca atemorizar, destruir y acabar con el enemigo a través de las violaciones sistemáticas a mujeres. Las violaciones en las guerras persiguen, por tanto, un doble objetivo: someter a las mujeres mediante el terror y humillar a la comunidad enemiga a la que pertenecen las víctimas.
En 1945, coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial, cerca de dos millones de mujeres alemanas fueron violadas por el ejército soviético durante la ocupación de Alemania por parte de las tropas aliadas. En esta oleada de violencia sexual que se extendió por todo el país, también participaron militares de los ejércitos de Francia y Estados Unidos. Por su parte, el ejército imperial japonés en su expansión por Asia, hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, hizo prisioneras a mujeres y niñas de Vietnam, China, Taiwán, Filipinas, Corea, Malasia y otros territorios ocupados. Mediante un sistema de esclavitud sexual diseñado y creado por el ejército nipón, estas mujeres fueron recluidas en burdeles militares a los que llamaban estaciones de confort. Y aunque las cifras no están claras, se cree que entre doscientas mil y cuatrocientas mil mujeres y niñas fueron forzadas a ser esclavas sexuales, a las que llamaban mujeres de consuelo, en los prostíbulos instalados por toda Asia. La mayoría de ellas, con edades comprendidas entre los doce y los veinte años, murieron tras sufrir todo tipo de agresiones, vejaciones y torturas, y otras, incapaces de soportar tanto horror, acabaron con sus vidas suicidándose.
Durante el conflicto armado que sufrió Ruanda en 1994, la violencia sexual contra mujeres y niñas fue parte de una estrategia genocida puesta en marcha por los hutus contra la población tutsi. Se calcula que unas quinientas mil mujeres y niñas fueron violadas por uno y otro bando. Como consecuencia de estas violaciones nacieron más de veinte mil niños y niñas, y muchas de las mujeres supervivientes contrajeron el VIH y acabaron falleciendo ante la falta de asistencia médica.
A principios de los noventa, en la Guerra de Bosnia, militares y policías serbio—bosnios violaron a cerca de cuarenta y cuatro mil mujeres y niñas musulmanas, la mayoría de ellas secuestradas y retenidas en centros de internamiento. Estas violaciones masivas formaban parte de una estrategia deliberada que tenía como objetivo una limpieza étnica encubierta contra la población bosnia musulmana.
Estos son solo algunos episodios de una interminable lista de atrocidades y crímenes cometidos contra mujeres y niñas en los conflictos bélicos del siglo XX. Y aunque no hay datos concretos y es difícil conocer el número exacto, cada vez son más las mujeres ucranianas que denuncian públicamente haber sido secuestradas, torturadas y violadas por militares rusos durante la ocupación de territorios en Ucrania. También en la guerra en Gaza organizaciones de derechos humanos han alertado acerca del uso de la violencia sexual contra la población palestina, principalmente mujeres, por parte del ejército de Israel, con el único objetivo de sembrar el terror.
El uso de la violencia sexual contra las mujeres en los conflictos armados ha tenido eco en las prácticas artísticas contemporáneas a través de las obras de artistas que visibilizan y denuncian estos abominables crímenes. Sirvan como ejemplo dos creadoras que a través de sus obras han denunciado las violaciones y asesinatos de mujeres en dos guerras contemporáneas: Nancy Spero y su serie War (1966—1970) sobre la Guerra de Vietnam y Regina José Galindo con la performance Mientras, ellos siguen libres (2007) sobre la guerra civil en Guatemala.
Nancy Spero y la Guerra de Vietnam. Este 2025 se conmemoran los 50 años del fin de la Guerra de Vietnam que enfrentó a Vietnam del Norte con la ayuda de Estados Unidos, contra Vietnam del Sur, apoyado por China y la URSS. Durante este conflicto bélico, que estalló en 1955, fueron continuas las violaciones de mujeres vietnamitas por parte del ejército norteamericano. Uno de los episodios más atroces que se conocen fue la masacre de la aldea survietnamita de My Lai en 1968, en la que tropas estadounidenses bajo el mando del teniente William Laws Calley Jr, violaron, degollaron y quemaron a todas las mujeres y niñas del pueblo. Arrasaron con todo, matando al ganado, quemando las casas y asesinando a los quinientos habitantes de My Lai. El teniente Calley fue juzgado y condenado por este crimen de guerra, pero solo cumplió tres años de arresto domiciliario al ser indultado por el presidente Richard Nixon. La matanza de My Lai no fue la única atrocidad cometida por el ejército estadounidense en Vietnam, pero fue la que más impacto tuvo en la opinión pública dentro y fuera de Estados Unidos.
En 1966, dos años antes de la matanza de My Lai, en respuesta a la escalada de violencia tras la intervención de Estados Unidos en Vietnam y en repulsa a esta guerra, la artista y activista estadounidense Nancy Spero inicia una serie titulada War. Con este y otros trabajos artísticos, Spero muestra su compromiso con la escena política y social que le tocó vivir, con la Guerra de Vietnam como telón de fondo. War es una serie compuesta por ciento cincuenta dibujos sobre papel realizados a la aguada, una técnica de ejecución rápida con la que la artista se convierte en una reportera de guerra que documenta a través de un arte de protesta. En los dibujos que componen esta serie los detalles no importan, pues la urgencia se impone a la precisión en unas imágenes protagonizadas por las siluetas de quienes mueren en la guerra. Para Spero la guerra es obscenamente masculina y es la violencia contra las mujeres la que representa obsesivamente en forma de violaciones, bombardeos y torturas. En ese universo de violencia plasmado sobre el papel, los helicópteros quedan convertidos en tiburones que devoran los cuerpos desnudos de las mujeres. La imaginería bélica que despliega la artista en War está plagada de máquinas de guerra que siembran la destrucción, y en medio de ella la violencia sexual y sádica contra las mujeres surge como parte indisoluble de la violencia bélica.
Regina José Galindo y la guerra civil en Guatemala. En 1996 con la firma de tratados de paz entre el gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, el país salió de una guerra civil que se había prolongado durante treinta y seis años. En el transcurso de esta cruenta contienda, la más larga y violenta de la historia de América Latina, el gobierno guatemalteco, con el apoyo de Estados Unidos, puso en marcha una política genocida dirigida contra las poblaciones indígenas y rurales que tenía como principal objetivo la destrucción de aldeas mayas y el asesinato de sus habitantes. Se estima que cerca de doscientas mil personas fueron asesinadas y más de medio millón se vieron obligadas a salir del país.
La infancia de la artista Regina José Galindo, nacida en Guatemala en 1974, coincidió con el régimen de José Efraín Ríos Montt, considerado el dictador más cruel y sanguinario de todos los que tuvo Guatemala. Y aunque los combates entre las guerrillas de izquierda y las fuerzas del gobierno se centraron en las zonas rurales, lejos de las ciudades, Galindo recuerda el clima de miedo y de opresión que se respiraba en el ambiente. Entre 1982 y 1983, durante la dictadura de Ríos Montt, en uno de los capítulos más brutales y violentos de la guerra civil, se crearon fuerzas paramilitares para luchar contra la guerrilla pero también para acabar con las comunidades indígenas. El dictador trazó un plan secreto con su cúpula militar para exterminar al pueblo maya ixil. Y así durante los treinta y seis años de guerra civil, y de forma más intensa durante los años de dictadura de Ríos Montt, las mujeres indígenas sufrieron violaciones sistemáticas por parte del ejército y las fuerzas paramilitares. Como parte de esta estrategia militar genocida era prioritaria la violación de mujeres embarazadas; el objetivo era provocarles abortos pero también contagiarles enfermedades que les impidieran volver a quedarse embarazadas. Tras la contienda civil se contabilizaron y documentaron más de mil quinientos casos de violaciones de mujeres adultas, niñas y ancianas, la mayoría de las cuales fueron asesinadas.
En el año 2007 la artista Regina José Galindo se entrevistó con algunas de las mujeres supervivientes que relataron cómo fueron secuestradas, encerradas y violadas por grupos de paramilitares. Muchas de ellas estaban en avanzado estado de gestación y a consecuencia de las palizas, golpes y violaciones que recibieron, sufrieron abortos. Estos terribles y escalofriantes testimonios fueron la base de Mientras, ellos siguen libres, una performance en la que Regina José Galindo embarazada de ocho meses, desnuda, se hizo atar a una cama, sujeta por cordones umbilicales en tobillos y muñecas. Con esta acción la artista denunciaba la violencia sexual que sufrieron las mujeres durante la guerra civil en Guatemala, como una táctica de guerra para exterminar a las comunidades indígenas y hacerse con el control y la posesión de las tierras pertenecientes a estas poblaciones.
Después de evadir a la justicia durante décadas, en 2013 el dictador y genocida Ríos Montt fue sometido a un juicio oral y público que finalizó con una sentencia en la que se le condenaba a ochenta años de prisión. La condena fue suspendida días después por un tecnicismo judicial y en 2018, antes de la celebración de un nuevo juicio, Ríos Montt falleció. Durante el juicio de 2013 se escucharon numerosos y terribles testimonios de mujeres ixil que consiguieron sobrevivir a la barbarie y el genocidio cometidos durante el conflicto armado. Algunos de sus relatos fueron recogidos por Regina José Galindo en 2014 en un proyecto artístico titulado Testimonios, reproduciendo en hierro frases como “A todas nos violaron en el salón parroquial” o “Vamos a seleccionar, dijo el coronel”, para perpetuar la voz y las palabras de las mujeres indígenas supervivientes.
La mayoría de los delitos sexuales cometidos en tiempos de guerra en el pasado y en el presente, han quedado impunes. La visualización, el señalamiento y la denuncia pública de estas atrocidades debe ir acompañadas de una lucha firme y una respuesta internacional contundente para que estos abominables crímenes no queden sin castigo. El esfuerzo emprendido por muchas mujeres, víctimas o no de violaciones, apoyadas por algunos organismos internacionales y asociaciones de mujeres, ha conseguido que la violencia sexual esté considerada en la actualidad un crimen de genocidio y un crimen contra la humanidad.
YOLANDA PERALTA puntadassubversivas.wordpress.com