CRIATURAS DE LA MAR Y LA TIERRA

Dos historias distintas, en lugares distintos y que muestran una sola verdad: la extraña deriva de los seres humanos

 

TIERRA: Cuando Ernesto nació su padre plantó un drago en el rincón de la finca que se asoma al poniente. Una vez que la planta tuvo tronco suficiente, el hombre agarró el naife y grabó en él el nombre de su hijo, el único que tuvo, el suyo propio y el de su esposa. Las gotas espesas de savia roja sellaron con sangre ambas vidas y establecieron un vínculo entre aquel niño, el drago y la tierra donde hundía sus ansiosas raíces para alimentar su corazón de fuego.
Casi noventa años después, el escamado tronco del drago está salpicado de nombres, aunque resultan muy poco legibles. Ernesto, con el cuchillo heredado, escribió el de su mujer, tres hijos y cinco nietos. El sol se precipita barranco abajo mientras el viejo le ve marcharse lanzando sus últimas llamaradas. Todo ha cambiado. La propiedad, antaño aislada y lejana, está cercada ahora por las urbanizaciones satélite del pueblo, que muestran sus amenazantes fauces de cemento. Los precios han caído tanto que en las tierras que durante décadas dieron sustento a las familias ya sólo se cosechan deudas.
Huele hoy a fritura de cabrito. Siempre la prepara cuando viene la familia. En el café, el viejo se siente cercado. Le ponen delante unas cuentas que indican que la explotación cabalga hacia la ruina, que es una sangría. Pero, por supuesto, hay una solución. Una promotora inmobiliaria con negocios en la zona se ha interesado por la parcela... El viejo se resiste unos meses. Pero le siguen mareando con deudas, hipotecas que pagar, hijos que tienen que estudiar una carrera... "Sería lo mejor para todos, papá..."
Un día se presenta en la casa un señor con un traje a medida, un reloj con varias esferas que marcan la hora de distintos lugares del planeta y una carpeta bajo el brazo. El viejo y el promotor cierran el trato. Ernesto le pide —le ruega, en realidad— que haga lo que haga con la finca respete siempre al drago. "Claro, claro... Además, estas cosas tan típicas les gustan a los compradores..."
El viejo vive ahora en un adosado, junto a los que tienen sus hijos, que se han quitado las letras de lo alto. Ha plantado otro drago en dos metros cuadrados, junto a la solana. Está triste. Ayer visitó el que fuera su hogar. Ahora es un complejo de lujo, con pistas de pádel y piscinas.
Arrancaron el drago. Levantaba las baldosas, dijeron. En su lugar alzaron un muro con un alicatado donde se lee: “Resort El Drago”. Se imaginó las lágrimas de rubí del drago en su agonía al tiempo que pensaba qué facilmente acaba el dinero con las raíces de los hombres.

MAR: Hoy el viento se hace sentir y escuchar. El catamarán transporta a decenas de turistas para que disfruten de las aguas turquesas de Fuerteventura. Uno de ellos arroja una bolsa al mar de manera que parece distraída, pero que en realidad no lo es. Horas más tarde regresan a tierra. Todos están muy satisfechos con la excursión. También el hombre de la bolsa. ¡Bello océano!
Semanas más tarde los extranjeros están en Alemania, en Inglaterra, en Suecia, en Francia. Mientras, la bolsa de nuestro nefasto protagonista vaga ahora por aguas abiertas y se cruza en el camino de un ser que observa la vida con una mirada aun más profunda que el propio mar. Es un ejemplar de caretta caretta o tortuga boba, una especie ampliamente distribuida por todo el mundo.
La tortuga confunde la bolsa con una medusa, uno de sus alimentos preferidos. El desenlace es el único posible. El animal se traga el plástico y queda condenado a una muerte agónica. No hay más.
La tortuga boba no hace ni mucho menos honor a su nombre. Recorren el planeta de cabo a rabo y son capaces de regresar al lugar de su nacimiento para la reproducción 15 ó 20 años después. Pero estas habilidades no evitan que esté en peligro de extinción.
Son diezmadas por la contaminación, la caza para hacer uso de su carne y su caparazón, el acoso a sus áreas de reproducción en la costa y otro largo etcétera de adversidades
Diversos estudios y denuncias de colectivos como Ecologistas en Acción relacionan la disminución de las tortugas marinas en su conjunto con el incremento de las plagas de medusas, incluso en áreas atlánticas donde eran casi inexistentes. Si algún día una medusa pica a nuestro poco concienciado turista, quizás se trate de una pequeña y justificada venganza de la naturaleza.