Nº54

Fernando Barbarin

Recientemente acudí a la comisaría a renovar mi documento nacional de identidad. Un funcionario con cara de funcionario no lograba registrar mi huella en su moderna maquinita, —probemos ahora con el pulgar derecho... mejor vamos a poner el índice izquierdo...—

Nada, no había manera; como quien pide un taxi, llamó a otro funcionario que resoplando asomó su cara tras la pantalla. Mientras esperábamos y mostrando cierto interés me preguntó a qué me dedicaba, así que le mostré las yemas de mis dedos y le contesté: al crimen. Yo sonreí, él no.

Durante aquel espeso silencio comencé a pensar... Si finalmente no logran identificarme, ¿sufriré una crisis de identidad? Observé dos moscas haciendo el amor sobre la mesa y recordé que cuando contemplo las estrellas yo no llego a ser ni mosca. Con el paso de las horas uno olvida cada segundo y los minutos insaciables van devorando los días... pasan los años y ya no sé si realmente me parezco a mí...
¿Soy el adolescente impertinente cargado de preguntas o un adulto pedante y engreído dispuesto a responderlas?
¿Sigo siendo el soñador clandestino? ¿Un viejo candil iluminando al faro? ¿Las riendas sueltas de Don Quijote?

Apago los ojos y suspiro... ¿Soy lo que quise? ¿O lo que pude?
¿Quién soy? ¿Quién sabe?
Quizás sea una gotera en la corteza del cielo, un charco a cien millas del puerto, las lágrimas secas en tu pañuelo. ¿Soy los restos de un corazón trazado en la arena, la melancolía recorriendo con su pluma las arrugas surcadas tras el viaje?

Hoy me detengo y pregunto... si no continúo avanzando, ¿regresaré a mi destino?
Que esta afilada hoz, con forma de interrogante, me ...

Entonces los funcionarios con cara de satisfacción me despertaron —aquí tiene su documento de identidad— Ellos sonrieron, yo no.