NO ES DIFÍCIL

Alex Solar
No es difícil. No. Es sí o no. Pero allí reside la dificultad de eliminar cualquier vestigio físico del pasado. Tirar los veinte tomos de la enciclopedia adquirida en 1974. La ruedecilla del mecanismo de un juguete que se estropeó.
¿Pero qué hacer con una mecha de cabello robada hace veintisiete años a una muchacha con la que todavía sueñas?
Allí estaba, en el rincón más oscuro del cuarto trastero, entre valijas carcomidas y blandas de líquenes. Avanzó con la linterna encendida hasta enfocar la minúscula caja de bombones, descolorida y cubierta de manchitas de óxido.
Un bote de rollo fotográfico transparente, y dentro en una especie de envoltorio de chicle de menta Wrigleys , envuelto a su vez por una hojita de papel que alguna vez había sido blanco, asomaban unas hebras de cabello rojizo y ligeramente ensortijado.
Recordó cómo, una vez, se deshizo del mechón de pelo de Justine, su novia de París. Entre Menorca y Barcelona, en una travesía en pleno invierno de 1980. 
Fue la única manera de olvidarla “á jamais”.
Pero esto era distinto. Ya duraba demasiado. María Alberta le escribió durante veinte años desde Honduras, donde se conocieron durante una beca de la CEPAL. Un día se apareció por Barcelona, con el pretexto de venir a visitar a un familiar lejano. Estuvieron juntos una semana y no sabrían más el uno del otro en una eternidad. Hasta hace un mes. Le localizó por Facebook y le contó que estaba en Suecia, casada y con una hija, que casualmente tenía los mismos años que los que habían dejado de verse.
Las fotografías mostraban a una chica pelirroja y muy delgada que recordaba mucho a su madre. Pero sus rasgos no le decían nada especial, no había huellas de parecidos inquietantes.
Cortó las comunicaciones paulatinamente. Pero a esa negativa de reanudar la vieja historia, inoportuna a estas alturas por variadas razones, se rebelaba su subconsciente y se veía caminando por avenidas sombreadas de palmeras y helechos, como hacía cada noche al despedirse de María Alberta.
Se metió el bote en el fondo de su bolsillo y salió en medio de la noche . Las aguas del puerto eran una marea oleaginosa y sucia. No le gustaba la idea de arrojarlo allí, además se imaginó que no se hundiría fácilmente. Imaginó la sorpresa de quien lo encontrara, el mechón de cabellos envuelto en un trozo de página del semanario Universidad, con una fecha lejana de un país ignoto. 
Regresó a su casa con el envoltorio aún sobresaliendo en la costura del bolsillo.
Antes de dormirse juró que volvería a intentarlo.
Soñó que se despedía una vez más, que caminaba por las oscuras veredas tropicales. Se palpó el bolsillo donde había guardado su robo, el mechón recién cortado. Y no estaba.
Despertó bruscamente y revolvió en los pantalones sobre la silla. A lo lejos sintió el rumor del mar.