NADIE

Soñé que descendía al fondo del mar y que atravesaba esa delgada línea entre lo superficial y lo profundo. Mientras me iba alejando de la superficie la oscuridad era cada vez mayor, todo lo importante ya no lo era tanto, dejaba de serlo y de tener poder sobre mí.
Me encontré con otro mundo bajo el mar, fuera del espacio y del tiempo. Un mundo sin religión, bandera, lucha, guerra, clase, vacío… un mundo profundo e infinito, alejado de todos los horrores que invaden la tierra. Un mundo en el que me reconocía libre y el océano me gritaba… ¡¡DESPIERTA!!
En este planeta no era necesario pertenecer a un hemisferio u otro, ni hablar la misma lengua para comprendernos, sentirnos o escucharnos. No había interferencias en la comunicación y el lenguaje era universal.
No había que identificarse ante los demás para existir, ni decir a dónde ibas, o de dónde venías, o cuál era tu nombre o tu apellido… la relación con el SER tenía otro sentido. En ese viaje marino no había pasajeros privilegiados y todos experimentaban la alegría de vivir. No había un yo, nosotros o vosotros… porque todos nos sentíamos parte de un mismo mundo sin fronteras.
Sentíamos que todos estábamos relacionados sin necesidad de construir o crear ninguna conexión, tan solo la de ser o estar compartiendo aquel maravilloso fondo azul; era una revolución azul, que comenzaba en mí y se proyectaba en la relación con los demás.
Y no lo había soñado… lo llevo sintiendo cada vez que miro el mar, cada vez que me sumerjo y desciendo a lo más profundo de sus entrañas, recordándome que soy agua. La melancolía me invade en cada despedida y la esperanza de un mundo mejor me consuela mientras comienzo el ascenso hacia la superficie.
Un mensaje eterno…
El océano nos pone de frente el infinito y el vacío existencial, el terror a dejar de ser alguien y sentir el vacío en un espacio desconocido, donde no soy reconocido. Pero a su vez, sentimos con placer que desaparecemos de la manera más dulce en su inmensidad. Dejamos de rendirnos ante la obligación voluntaria y el salvaje agotamiento de todo cuanto tenemos que ser. En ese rapto emocional, renunciar al ser o ser alguien, se convierte en un camino de dicha y liberación, un reencuentro en nuestra travesía existencial.
Observando el océano en su inmensidad, podemos entender el infinito y la sensación de que no existimos de manera separada. La separación y los muros levantados a nuestro alrededor son una fachada ilusoria que nos separa de lo más profundo. Tirarlos, es dejar de ser alguien para ser NADIE y ser TODO. Cerca de nuestro origen y del origen de la creación.
“Cuando la ola comprende que es el mar”.

 

Texto: anita. www.anitayelagua.com / Fotografía: Cristina Camacho